Mucho antes de que llegara a entender la forma en que un régimen político despiadado impone su propia imagen a sus ciudadanos, robando su identidad y auto-definición, había experimentado esa imposiciones en mi vida personal, en mi vida con mi familia. Y mucho antes de que entendiera lo que significaba que una víctima se convirtiera en cómplice de los delitos de estado, descubrí, en asuntos mucho más personales, la vergüenza de la complicidad.
Cosas que he callado de Azar Nafisi ha sido la obra elegida para comenzar las tertulias literarias de este curso.
Una obra que, como se ha señalado en la reunión, parece responder a la necesidad de la autora de exorcizar asuntos familiares mediante la catarsis de su exposición. Que necesitaba contarlo, para que nos entendamos.
Ha llamado bastante la atención cómo Nafisi se centra en la relación que tiene con su madre (una persona con una "admirable resistencia a lo no deseado") pero que tampoco se deja en el tintero cuestiones de índole más personal como el sentimiento de indefensión que le produjo el encarcelamiento de su padre ("aquellos cuatro años que mi padre pasó en la cárcel cambiaron nuestras vidas para siempre. Por primera vez me di cuenta de lo frágil que es la vida, lo fácil que se puede perder todo") o, más peliagudo aún, el abuso sexual que sufrió de pequeña por parte de un pariente y la forma en la que reaccionó ("más adelante supe que no es inusual que la víctima se sienta culpable, sobre todo porque se vuelve cómplice por su silencio. Y además existe la culpabilidad adicional de sentir cierta sensación de placer sexual a partir de un acto impuesto que se percibe como reprobable").
No es de extrañar, por tanto, que la autora se haya desbordado en esta suerte de memorias familiares de una forma torrencial (se ha llegado a comentar que con unas cuantas hojas menos el libro también habría cumplido su misión).
De todas formas, ha quedado en el aire la pregunta de si la desahogada (incluso 'aristocrática' que ha apuntado alguien) posición de la familia de la que proviene Nafisi podría valer para darnos una visión representativa de la situación política y social del Irán que retrata.
Para cuando Azar Nafisi fue expulsada de la universidad en la que daba clases de literatura por negarse a llevar velo, ya le habían impuesto un comisario ideológico que le prohibió la enseñanza de ciertos libros. Así que siguió dando clases en su casa leyendo, con unas cuantas alumnas, las obras prohibidas. De ahí el título de la obra que le ha dado fama mundial (Leer Lolita en Teherán) y que os recomendamos para conocer más a fondo a esta admirable mujer.
Para adquirir una perspectiva más global, también os podrían interesar obras como la de Riszard Kapuscinski El Sha o la desmesura del poder en la que se describen las causas que llevaron a la revolución iraní o El Islam sin velo de Nazanín Aminian y Martha Zein, un libro que describe el Islam desde un punto de vista crítico (y laico) y que puede servir para disolver muchos prejuicios sobre el tema.
Clásicos de la cultura iraní que prohibieron en las clases de Azar fueron Omar Khayyan, del que puedes encontrar sus Rubayat en la biblioteca (Joxemari Iturraldek euskerara egokitutako alea ere bertan gozagarri) o Firdusi.
Por supuesto, no podía faltar Persépolis, el cómic de Marjane Satrapi que ya hemos comentado en tertulias anteriores.
La obra elegida para el próximo mes: El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. Una novela que fue y sigue siendo bastante controvertida. La cita, el ocho de noviembre (el primer martes cae en fiesta) en el lugar de siempre y a la hora de siempre (sala de prensa de la cuarta planta, a las cinco y media y a las siete y cuarto).
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