Junto al crucial desarrollo de la tinta de imprenta basada en el aceite, el adelanto de Gutenberg trajo la posibilidad de editar los ejemplares, de imprimir una prueba, corregirla con mayor facilidad, y después imprimir la itrada. Su invención puede reivindicar con fuerza haber sido la más importante del segundo milenio.
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Pero echemos un vistazo primero a los caballos perdedores. El primer caso que llama la atención es el de Pamphilo Castaldi. En 1866, la revista literaria británica The Bookworm publicó un artículo breve acerca de la inminente construcción de una estatua de Castaldi, el inventor de los tipos móviles de imprenta, en el pueblo italiano de Feltre. Aparentemente, Castaldi, tras estudiar derecho, abrió una «escuela de literatura» para enseñar italiano y su uso de un modo apropiado. Uno de sus estudiantes fue «John Faust de Mentz». En 1442, se supone que Faust le enseñó a Castaldi algunos de los esfuerzos de Gutenberg en relación con la impresión desde los bloques de madera. Entonces Castaldi, según se dice, inventó él mismo los tipos móviles inspirado por las letras de vidrio realizadas en Venecia. Sabía cómo las utilizaban los escribas para imprimir la primera gran letra en la página, y se le ocurrió la idea de emplear trambién este método para el resto del texto. Sin darse cuenta de la trascedencia de su idea, no fue lo suficientemente cauto a la hora de mencionársela a Faust, que enseguida volvió a Maguncia para comunicar la genial idea a Gutenberg y a Schoeffer.
La historia secreta de las letras, Simon Loxley
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